lunes, 4 de enero de 2010

Carcajada de Dominó

Papá estaba concentrado en las piezas que colocaba su compañero. Habían jugado una ronda y la perdieron. Sus contrincantes se conocían muy bien, podría decirse que hasta con el menor gesto se pasaban información sobre las fichas que el azar les había ofrecido.

“Está colocando los seis”, pensaba mi padre. “Seis-tres no ha salido y doble-tres tampoco, si lanzo el cinco-tres, mi oponente se va a acostar con el doble-tres y mi frente se quedará fijo”, seguía calculando.

Cuando hacía pipi me preguntaba cómo podían lograrlo. Para mí resultaba imposible. Intenté muchas veces pero nunca sucedía nada. Le hacía más presión hacia atrás y veía asomarse tan solo una pequeña parte. ¡Qué frustración sentía! Si nos reuníamos, todos se burlaban de mí, incluso mi hermano mayor. Sus carcajadas me hacían sentir inferior, me decían que no pertenecía a la familia, que yo era un anormal venido de no se sabe donde. Más de una vez lloré de rabia frente a sus burlas.

“Dómino”, gritó el compañero de equipo de mi padre golpeando con fuerza la mesa con el seis-tres.

- Te dije que ésta la ganaríamos, te lo dije- gritaba mi padre lleno de emoción.

- ¡Venga esa mano!- dijo su frente.

Desde mi habitación escuchaba la algarabía del triunfo. Muchas veces habían sido vencidos por la misma pareja. Hoy lo iba a lograr, estaba convencido. No se burlarán más de mí. Tiré con fuerza con mis dedos índices y pulgares en un sincronizado movimiento. Quedó todo expuesto. Mi alegría fue grande. Logré algo esperado por tanto tiempo, algo que terminaría con las burlas. Disfrutaba cada segundo de mi éxito con la emoción de un niño al destapar los regalos de los Reyes Magos dejados bajo la cama.

El éxtasis duró hasta que intenté volver todo a su estado original. Imposible de lograrlo, todo esfuerzo resultaba inútil. Comenzaron a pasar por mi mente extrañas imágenes, ninguna de ellas me motivaba a seguir orgulloso de mi éxito, más bien comencé a tener miedo. Tiraba y tiraba y no lograba nada. La algarabía del triunfo de mi padre aceleró aún más los latidos de mi corazón. Llegué hasta a pensar que yo era el objeto de sus risas. Estaba confundido. De pronto grité como si me hubiera roto la boca al caerme de la bicicleta. Papá corrió en mi auxilio pero cuando llegó al cuarto no podía entender la razón para mis llantos.

- ¿Qué te pasa, Ungaito, qué te pasa?- me preguntó con insistencia.

No podía mirarlo a la cara. Al ver la causa de mi angustia, procedió, con una sonrisa que yo no podía entender, a sacarme del abismo en donde me encontraba. Un ligero movimiento de sus dedos índices y pulgares que me pareció extraordinario, me devolvió la tranquilidad. Cuando retornó al grupo, a los pocos segundos explotó una carcajada que todavía hoy a mis cuarenta y tantos años recuerdo como si su compañero de juego acabara de golpear con fuerza la mesa con el seis-tres para alzarse con la victoria.