viernes, 18 de diciembre de 2009

La Tarraya

Sentía dolor en cada músculo de mi cuerpo y tenía picaduras de jejenes por todas partes. Pasé la noche en los duros bancos del parque de la remodelada ciudad de Samaná. No cené y tampoco podría desayunarme, tenía dinero para el pasaje de regreso a casa, ni un centavo más.

- ¡Déme un boleto hacia Santo Domingo, por favor!- solicité a la joven de la estafeta temprano en la mañana.

Fui el primero en abordar. Desde la ventana del autobús veía los pescadores adentrarse en la bahía con sus pequeños cayucos y sus latas llenas de cordeles. A juzgar por mi abuelo eran unos perezosos. “Un pescador serio debe estar metido en el agua a las cinco de la mañana”, me dijo más de una vez durante mi estancia.

- ¿Todavía quieres ir a pasarte una semana en casa de tu abuelo? – me preguntó mamá con cierto dejo de desaprobación.

- Si mamá – le contesté

Antes de llegar las vacaciones había resuelto visitar a mi abuelo paterno. El vivía en Sabana de la Mar, una ciudad pesquera del nordeste a donde mi madre me permitió ir con cierta reserva en virtud de su proximidad con el mar y de mi falta de experiencia por mis escasos 15 años, según me argumentó. Dentro de mis planes, como prometí a los muchachos del barrio, estaba pedirle al abuelo que me enseñara a hacer una tarraya para ir con mis amigos a pescar al río. Cholo, Chachín y Julito, se quedaron esperanzados de que a mi retorno comenzaría a trabajar en nuestro soñado proyecto de pesca. El abuelo también me enseñó a tirar la tarraya, algo imprescindible para completar el aprendizaje de un oficio que ha servido en mi familia por generaciones como medio de sustento.

- Me duelen los dedos abuelo- le dije al verme una ampolla que me generó el roce del hilo.

- No te preocupes, después se te quitará, eso no es nada- me contestó.

La víspera de mi partida, estuvimos compartiendo muy contentos en la noche. Varias de mis tías, a las que no había visto desde los 5 años, vinieron a despedirme.

- ¡Avísenle a José, el del autobús, para que pase a buscar al niño mañana temprano!- dijo la abuela.

- No abuela, prefiero cruzar la bahía en el último barco, en el de las cuatro. Quiero disfrutar del paisaje entre Samaná y la Capital- le dije.

Me embarqué a las 4:05 de la tarde. El mar estaba algo picado pero la experiencia era única. Subí al techo de la embarcación y disfruté de los saltos generados por el oleaje. El paisaje marino, ayudado por las montañas de la cordillera que le sirven de fondo, es algo difícil de borrar de mi memoria. A los treinta minutos de travesía ya habíamos cruzado la bahía más bella de nuestra isla.

- ¡Buenas tardes! ¿A qué hora sale el último autobús para Santo Domingo?- le pregunté emocionado a las señorita de la estafeta después de desembarcar.

- A las 4:30, joven, acaba de salir- me contestó. – Es aquel que se ve allá al fondo subiendo la cuesta al final del pueblo. El próximo saldrá mañana a las siete en punto.

jueves, 17 de diciembre de 2009

La Espera

Ahora puedo reírme de aquel momento difícil, tal vez uno de los más difíciles de mi existencia. Salí de mi casa en pantalones cortos, con los pies descalzos y con deseos de ver a papá. Luego del divorcio mamá entendía mis ausencias prolongadas después de llegar de la escuela. Sabía en donde me encontraba. No me decía nada cuando retornaba a la casa con los ojos un poco llorosos, por miedo a que me alocara como el hijo de la vecina.

Yo conocía el horario de trabajo de papá, era el mismo de cuando vivía con nosotros, aún así, un viernes por la noche decidí ir a visitarlo media hora antes de su llegada. Vivía en una pensión administrada por una señora que no permitía visitas a sus huéspedes cuando ellos no estaban, yo lo sabía, pero los deseos de ver a papá me movieron a tomar la decisión de ir más temprano.

- Tú sabes que no está aquí- me dijo doña Francia. – ¡Espéralo afuera!

No le contesté. A los nueve años tenía miedo de responder a las personas mayores cuando me daban órdenes, y mucho menos a doña Francia, una vieja tan refunfuñona.

Decidí sentarme en el borde de la acera, próximo a la intersección, del otro lado de la calle, a unos 25 metros de la pensión. Desde ahí podría ver cuando llegara papá. Compartiría unos veinte minutos con él y como siempre, retornaría a casa un poco triste, aunque satisfecho por haberlo visto.

Pasaron 30 minutos y aún papá no llegaba. Mientras seguía la espera pensaba en las veces que llevó a pescar en su motocicleta. Me veo mal dormir el viernes, esperando con ansias la llegada del fin de semana. Yo me encargaba de limpiar los peces una vez en casa, y mamá se encargaba de prepararlos para la cena. Fritos era como más me gustaban.

Estaba tan envuelto en mis pensamientos que ni siquiera notaba el tiempo pasar. De repente sentí un latigazo tan fuerte en mi espalda que todas las escamas de las tilapias de mis sueños desaparecieron. Dos copiosas lágrimas brotaron de mis ojos mientras veía alejarse a saltos a un niño que se reía de mí, con una rama en la mano sin una sola hoja y larga como un metro.

- ¡weje, weje, *pariguayo, cáeme atrás! Me dijo el niño sin disimular su sonrisa mordaz.




* Término que viene de la época de ocupación americana en Santo Domingo (1916-1924) cuando los no invitados a las fiestas organizada por los gringos eran “party watchers” (miraban las fiestas desde afuera). Con el tiempo se convirtió en pariguayo, algo así como tonto.

domingo, 6 de diciembre de 2009

El Despertador

Emilia vive sola en un apartamento situado a cuatro minutos a pie de una recién inaugurada sala de cine –trabajo, dieta y cine son sus únicas actividades- y a diez minutos en auto de su rutinario empleo.

Decidió la soledad porque ningún hombre de su entorno se ajusta a sus requerimientos. El único que cumple con sus expectativas es José Ricardo pero está ocupado. Se ha casado en tres oportunidades pero en ninguna de ellas el nombre de Emilia ha figurado en la tarjeta de invitación para familiares y amigos con miras a estar presentes en tan solemne ceremonia.

- Te extraño Emilia- le dice JR por teléfono. –Es una suerte poder contar contigo en momentos difíciles como los que atravieso en la actualidad.

- Yo también te extraño- responde Emilia sosteniendo el auricular del teléfono con el hombro mientras pela una zanahoria para preparar su almuerzo del día siguiente.

JR le había reprochado su descuido alimentario argumentando que en nada se parecía a la esbelta mujer que conoció hace 25 años, eso la llevó a someterse a una rigurosa dieta que afortunadamente comenzó a mostrar sus resultados. Perdió 30 libras en dos meses y medio de arduo trabajo. Ahora espera en su modesto apartamento a JR con ropa de dos y tres tallas menos; se pasea lentamente frente a él imitando una modelo y lo mira de reojo como en busca de aprobación.

No escuchó sonar el despertador y a las seis y media de la mañana se levantó sobresaltada. Se sintió angustiada pues abrió los ojos una hora después de lo habitual. Caminó sólo 20 minutos en su bicicleta estacionaria, luego preparó una carne a la plancha y aderezó los vegetales que había hervido la noche anterior.

“Qué rico me quedó este filete”, pensaba mientras masticaba un pedacito.

Entró al baño, salió y se dispuso a preparar la ropa de ese día, pero como siempre pasó un largo rato antes de determinar cuál combinación se pondría; bajó al estacionamiento común del edificio de apartamentos, encendió su vehículo y se marchó a su trabajo.

“Son las 7:55, creí que llegaría más tarde”, piensa Emilia al estacionar su vehículo en el espacio asignado a los empleados de la compañía.

Emilia nota que el estacionamiento está relativamente vacío, pero se apresura a desmontarse y dirigirse a su oficina; saca su tarjeta magnética de identificación y se dispone a abrir la puerta principal cuando la intercepta la seguridad y le dice:

- ¡Señora, debe llenar este formulario y firmarlo!
“¡Caramba, hoy es sábado, me equivoqué otra vez”, piensa Emilia.

Ante la petición del agente de seguridad se queda paralizada con la mirada perdida por unos minutos, luego, como si volviera de muy lejos, devuelve el formulario sin llenar y camina al estacionamiento sin levantar la mirada del suelo hasta llegar a su vehículo, lo enciende y se dirige a su apartamento ansiosa por terminar los 40 minutos de bicicleta que le faltaron.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

La Sangre de Tiburón

- ¿Su Nombre?- pregunta la enfermera.
- Juan Rodolfo Santana.
- ¿Edad?
- Treinta y tres años.
- Pase a ese cubículo para tomarle la presión y muestras para hacerle algunos exámenes- le dice la enfermera.

Juan conocía de memoria la rutina previa a la extracción. Sabía que luego de sacarle sangre debía permanecer por espacio de un tiempo sin hacer esfuerzo de ningún tipo. Descansaba y cuando estaba listo para marcharse, pasaba por la caja con los papeles para cobrar el importe correspondiente a la pinta que le habían extraído.

Las manos de Juan temblaban. Eran las cinco de la tarde y aún no había ingerido ni una sola gota de alcohol, tampoco había comido nada sólido como lo indican las normas antes de someterse a estudios médicos. Acostumbra a comenzar a las once con una cervecita bien fría. Hoy fue remitido a la capital porque los equipos de la clínica rural en donde reside estaban defectuosos, además, el médico, conociendo su afición por la bebida aprovechó para indicarle exámenes más exhaustivos.

“Óyeme, pero este autobús va a pasar el día para recorrer los 45 kilometritos viejos que hay entre la capital y Baní”, piensa un poco nervioso Juan.

Los trabajos públicos para la reconstrucción de la carretera entre Baní y la capital crean tapones interminables. Lo que en condiciones normales toma cerca de una hora iba por dos y aún faltaban diez kilómetros para llegar. Juan comenzaba a no poder disimular su ansiedad. Su asiento es justamente el que está encima de los neumáticos traseros. El piso es mucho más alto y los pies quedan levantados. Al cabo de unos minutos de ocupar este lugar la presión del peso del cuerpo en las nalgas adormece sus piernas. El autobús estaba lleno, más bien abarrotado. Había gente parada en el pasillo de la puerta.

- ¿Que hora es?- pregunta Juan ansioso y sin ninguna cortesía a una señora sentada a su lado.
- Son las siete y diez minutos joven-responde la señora de unos sesenta años.

Cuando el autobús llega a su destino Juan se apresura a salir. No le importa que haya niños sentados en asientos delanteros con evidente derecho a salir primero. Pasa literalmente por encima de todo el mundo.

- ¡Dame un pote de Ron!- dice Juan tembloroso y sudado a Diómedes el bodeguero de su barrio.
- ¿Vendiste sangre hoy Tiburón? - pregunta Diómedes a Juan llamándolo por su apodo mientras alcanza la botella de ron añejo de su preferencia.

Luna de Miel

Tomados de la mano con la mirada perdida, la pareja de recién casados se dirige al hotel en donde pasarán su primera noche juntos. Los paisajes que através del cristal de la ventana del autobús brinda el camino, no tienen significado alguno para ellos. Nada puede ser más hermoso que estar el uno junto al otro.
Un salto generado por las condiciones del camino, saca a los enamorados de su aparente letargo.
- Verás que bien la pasaremos- dice Víctor. – Esta noche el Brisas de Sabana de la Mar, te sorprenderá. Está recién construido. Desde sus balcones podremos ver la bahía más bella de toda nuestra isla.
- No sigas amor, los deseos de llegar y estar contigo en ese paraíso me tienen como una niña ante una promesa de playa en domingo- dice Katia emocionada.
- Buenas noches, necesitamos una habitación.
- ¿Por cuanto tiempo?- pregunta el recepcionista.
La entrada del hotel con sus exuberantes jardines confirma a Katia lo extraordinario del lugar a donde la había llevado Víctor. El reloj de la recepción marca las ocho y cuarto. Katia y Víctor estaban cansados, querían cenar e irse a dormir para temprano al otro día seguir su idílico viaje hacia Samaná, del otro lado de la bahía.
- ¿Qué pasa con el servicio de energía?- pregunta Víctor.
- Tenemos algunos inconvenientes con el suministro- contesta el joven de la recepción. – Nos informaron que se restaurará en veinte minutos, disculpen los inconvenientes.
- Mi amor, no hay agua en la ducha- dice Katia.
- No funciona el teléfono, bajaré a la recepción, espera un minuto- dice Víctor.
La joven esposa no se altera, quiere estar presta para dedicarse a su amado.
- ¿Qué pasa con el suministro de agua?- pregunta Víctor.
- Si no hay energía no hay agua- responde simplemente el encargado. –Lo resolveremos inmediatamente.
El recepcionista hace señas y el botones desaparece por unos minutos. Retorna con dos cubetas llenas de agua y pregunta a Víctor el número de habitación.
- ¡Dios mío!- dice Katia.
- Me prometieron que en 15 minutos todo volvería a la normalidad- agrega Víctor sólo para calmarla.
- Tenemos camarones y pollo frito- dice el joven que llevó el agua a la habitación, ahora camarero, presto a tomar la orden.
Eran los únicos en el restaurante. Se miraban y pensaban en terminar para irse a su habitación y estar finalmente solos.
- ¿Falta mucho para traer el pedido?- pregunta Víctor al camarero.
- No, no, señor, ya viene.- responde sonriente.
Ya en la habitación, se dedicaron a ellos mismos. La energía eléctrica no había llegado para el momento en que el sueño y las caricias los habían vencido.
- Cariño, qué lindo amanecer- dice Katia al contemplar los rayos de sol penetrar a través de los ventanales.
La enamorada camina hacia el balcón para confirmar la belleza de la bahía. Esos primeros rayos la habían impresionado.
- ¡Víctor, Víctor, ven a ver esto!- llama Katia de manera insistente.
- ¿Qué pasa mi amor?- responde.
- Hay una vaca bebiendo dentro de la piscina. Está casi vacía y el agua es verde. ¡Ven a ver!

La Guerra de Abril

“La colina nos protege, no pueden vernos, eso nos da la ventaja que necesitamos. Si logramos llegar a ese punto tomaremos la delantera y los venceremos, no son más astutos que nosotros, además, están cansados” piensa la teniente algo nerviosa.

La contienda lleva dos días de haber iniciado. Los soldados, confiados en la astucia y valentía de su teniente, están esperanzados en alcanzar el punto estratégico que les daría la victoria.

- ¡Soldado, diríjase hasta aquel árbol, cuando esté allá háganos señales para indicarnos la organización del enemigo, cuántos son y cómo están distribuidos! ¡Recuerde que cuentan con franco tiradores, no se levante a más de 40 cm!- ordena la teniente.

- Si mi teniente- responde con aparente valentía.

El soldado se desplaza como una rana hasta llegar al árbol. Algunos disparos le hicieron pensar que ese sería su último día; no tenía ninguna experiencia; nunca había participado en nada parecido. En la academia, los fusiles no tenían balas verdaderas. Llega al árbol. Es una caoba centenaria de más de un metro de grosor en donde encuentra protección. Saca sus binoculares y comienza a hacer señales para cumplir la orden de la teniente. De repente se vuelve y pega su espalda contra el árbol. La teniente, con su catalejo lo ve respirando entrecortado. Protegido por el árbol, con sus binoculares en la mano derecha, no muestra señales de querer seguir observando y cumplir con su misión. La teniente comienza a preocuparse, desearía que el soldado siguiera informando, pero éste luce petrificado. Los disparos continúan. El soldado cae abatido. La teniente comienza a temblar cuando ve a cientos de soldados enemigos marchar hacia su escuadrón. Los ve sin miedo pasar, fusiles en mano, justo por el árbol en donde yace el soldado.

“Están demasiado cerca. ¡Retirada, retirada!”, grita la teniente.

- ¡Abril, Abril, despierta, hoy es tu primer día en la academia, debes prepararte!

- ¡Eh, eh!

- Estoy seguro de que seguirás la tradición de la familia, serás generala, lo presiento. ¡Vamos hija mía, levántate!- dice el padre lleno de orgullo por el futuro militar de su hija.

viernes, 20 de noviembre de 2009

Un Punto de Soldadura

Los ingenieros notaron una diferencia entre los galones comprados y los vendidos y decidieron advertir al departamento de seguridad para que abrieran una investigación ya que sus cálculos arrojaban dudas sobre el manejo dado por el personal a la mercancía comercializada por la empresa.

- Alo! Píndaro! Vi un tipo raro cuando estaba llenando esta mañana antes de salir a mi ruta de la zona Sur. ¿Crees que se dieron cuenta? El hombre no se despegaba del medidor.

- ¡Que va muchacho, no creo! Recuerda que siempre se pierde algo cuando se maneja el gas. Además, el camioncito de nosotros no coge muchos galones- le contesta Píndaro al chófer de camión y cómplice dentro de la compañía El Gas Morao, con intención de calmarlo.

- Como sea, vamos a hacer este último trabajo y nos paramos por unos meses a ver como se comporta el asunto- observa David.

- Está bien, te esperaré como siempre en el cañaveral del ingenio Caei, mi gente me espera con la mercancía. Mira bien que no te vayan a seguir- dice Píndaro.

- Ok, nos vemos como a las 11:00, bye!

David encendió su camión tanquero y procedió a iniciar su ruta camino al Sur.

- Ok, ok, páralo ahí, no le eches más, ya van 165 galones, recuerda que no podemos exagerar- dice Píndaro a David.

- Está bien, dame el dinero y váyanse rápidamente, tengo que seguir, estoy un poco retrasado- dice David a Píndaro y su ayudante.

Luego de la partida de David, Píndaro nota un pequeño escape en el tanque adquirido hace un año en un depósito de chatarra.

- Eso no es nada, vamos a donde Catarrón para que le de un “puntico” de soldadura- dice Gerson a Píndaro.

Catarrón, con su equipo listo pregunta a Gerson en donde está el escape y procede, luego de engancharle la “tierra” al tanque para cerrar el circuito, a ajustarse la careta y dar el punto de soldadura que sellaría el escape.

- ¿Papá, escuchaste esa explosión?

- Si hijo, creo que son los fuegos artificiales en la inauguración de la escuela para técnicos medios entregada hoy por el gobierno al pueblo de Yaguate- contesta el padre.

domingo, 1 de noviembre de 2009

La Pareja

- ¡Ya está dormida, ve y chupa su sangre!- le pide el macho a su compañera.

Vienen juntos desde el estado larval que vivieron en el agua apozada en una goma de camión abandonada en un patio. Zigzagueaban el uno tras el otro en un ritual sin fin que dio origen al amor responsable de su unión.

- Sí mi amor, no podemos esperar más, el fruto de nuestro amor la necesita- observa la hembra.

La pareja, luego de pasar a la edad adulta, decidió no vivir más en el patio sino en el interior de la casa y así usar a sus habitantes como fuente para garantizar la continuidad de su especie.

- Cariño, encontré un estanque con un agua cristalina, me gustaría que me acompañaras y lo vieras- dice el macho.

- ¡Muéstramelo! La hora ha llegado- pide la hembra algo inquieta.

El macho lleva su pareja al estanque de color azul turquesa que resalta la claridad del agua. Es un espacio más claro, más amplio y lleno de luz.

- ¿Qué dices amor?- pregunta el macho.

- Es fantástico, tu elección ha sido única, parece algo celestial. Te quiero- dice la hembra fascinada ante el descubrimiento de un agua y entorno tan límpidos.

La hembra deposita una camada de huevos en la superficie del agua y junto al macho deciden contemplar el desarrollo de sus 150 futuras crías. Las horas pasan y la pareja, en éxtasis, contempla sus frutos desarrollarse en un ambiente para nada parecido al vivido por ellos y sus ancestros.

- ¡Ve a bañarte Carla- dice la madre. – Son las seis de la tarde y aún no has hecho las tareas.

La niña, de nueve años, entra al baño con su toalla rosada. Piensa en la tarea sobre la reproducción del mosquito Aedes Aegypti mientras manipula la ducha para lograr la temperatura de su agrado. Cuando termina, al salir, le parece ver en la superficie del agua clara del inodoro azul turquesa una minúscula mancha parecida a una pizca de hollín.

- ¡Carla, no me dejes nada mojado ahí dentro, lo quiero todo seco para cuando termines- dice la madre. – ¡Ah, y que no se te olvide descargar el inodoro!

miércoles, 14 de octubre de 2009

El Candidato

La campaña para la elección de los diputados y senadores, se acerca. Martha con su padre ya viejo y enfermo viviendo en su casa, está preocupada por las consecuencias que pudiera tener en la salud delicada del abuelo el estilo últimamente adoptado por los candidatos, caracterizado por una propaganda que usa como forma de difusión una maquinaria sonora que deja cortas a las explosiones de fin de año.

- No se si los nervios de papá soportarán esta nueva contienda- le comenta Martha a su esposo Carlos, también preocupado.

- Creo que nos la pasaremos en la clínica. Don Amancio está que cualquier ruido lo altera, hay que estar pendiente de los medicamentos para la presión- dice Carlos.

La familia vive en una zona residencial de la parte oriental de la ciudad. La congestión entre las siete y nueve de la mañana sobre los pocos puentes que pasan sobre el río es algo infernal. Salen tempranito y dejan bajo el cuidado de una señora al anciano con todos los números de teléfono a mano en caso de que algo se presentara.


- Don Amancio, abra la boca, venga, que le toca esta medicinita- le dice María. – Ya son las cuatro de la tarde, es hora de sentarse en la galería a contemplar lo que pasa afuera ¿Qué me dice?

- Um, um- contesta el viejo.

El candidato a diputado por la circunscripción en donde está la casa de la pareja, Pito Sisonó, ha programado para ese viernes en la tarde una marcha caravana, “un mano a mano con el pueblo”. Don Amancio, sentado en la galería, ajeno a todo cuanto acontece a su alrededor, ve pasar la gente por el frente de la casa y a veces hasta habla con alguien que no está, que llevas años de muerto. La Disco Light* de Pito, unos cincuenta metros adelante del aspirante, al pasar por el frente de la casa, con sus inmensas bocinas, irrumpe con un estrepitoso eslogan: “Pito Sisonó, el candidato del pueblo”. El estruendo fue tal que Don Amancio, sobresaltado por el embate sonoro, adelantó su horario para ciertas necesidades a las que ya se había habituado su cuerpo decadente. Sintió algo fuera de lo normal y de manera inconciente metió la mano en su pañal desechable para adultos.

- ¿Cómo está usted señor? – pregunta Pito cuando llega rodeado de su séquito y extiende la mano a través de la verja para saludar al viejo.

Acostumbrado a ese gesto, el abuelo, con una mano se levanta el sombrero y con la otra ofrece un saludo al candidato, quien al enterarse intenta zafarse, pero el abuelo, respetando instintivamente un antiguo principio de que cuando se saluda a un hombre se le aprieta como muestra de entereza, mantiene asida la mano del candidato por unos segundos más.

- ¡Muy bien señor! ¿Y cómo está su familia?- le pregunta el anciano a la persona amable y sonriente que lo está saludando.


*Nombre dado a un vehículo que carga inmensas bocinas y provisto de una capacidad de amplificación similar a la las de los artistas en concierto.

viernes, 9 de octubre de 2009

Policeman

Mario había recibido sus primeras clases en la universidad del estado, en donde luego del derrocamiento de la dictadura se vivía un ambiente de búsqueda de libertad, izquierdismo y vanguardia. Las clases eran regularmente interrumpidas por grupos estudiantiles que pedían permisos a los profesores para informar, invitar y crear conciencia en los recién llegados sobre las luchas y posiciones necesarias para encaminarse por las vías del progreso. Esos discursos muchas veces impresionaron a Mario que tan atentamente los escuchaba.

Mientras comparten en la esquina del barrio un grupo de adolescentes propone Mario, para demostrar su valentía y compromiso con la causa, escribir en las paredes de las casas consignas en contra de las autoridades.

- Vamos a escribir en la pared del partido de gobierno algo que impacte- dice a los compañeros que aún no habían comenzado la universidad, con intención de impresionarlos.

- ¿Y de quien vamos a escribir?- pregunta César.

- Vamos a comenzar con la policía represiva y abusadora- dice.

Ese término de policía despierta un miedo en César que se pone al acto de manifiesto. La semana anterior la patrulla se había llevado a José, su hermano mayor, solo por estar parado en la esquina pasado las 11:00 de la noche.

- No relajes con eso Mario- dice temeroso César.

- No te preocupes, lo escribimos en inglés, la Policía no va a entender nada- dice. - Son un montón de ignorantes.

Toma una felpa de punta gruesa y comienza a trazar en la pared del partido lo que entiende es una consigna que llamará la atención de la gente en torno a la conducta de la Policía. “Policeman is bad”, escribe lleno de orgullo.

- ¿Qué significa eso?- le pregunta César con mucho miedo y mirado para todos los lados.

- Eso quiere decir que la policía es mala- contesta muy seguro se sí.

No bien había Mario terminado de traducirle a César el significado de su consigna vanguardista cuando dobla la esquina una patrulla que nota la inscripción en la pared recién pintada del partido. En cuestión de segundos estaban rodeados.

- ¿Qué significa eso?- pregunta el teniente. -¿Ahí dice algo en contra de la Policía?- insiste.- ¡Dígame usted jovencito lo que dice ahí!- inquiere el oficial dirigiéndose específicamente a Mario.

- Comandante, ahí no dice nada en contra de la Policía, ahí lo que dice es
“! Po-li-ce-man-is-bad, po-li-ce-man-is-bad!”- Lee Mario dándole ritmo acompañado de unos pasitos que definen una extraordinaria coreografía. – Se trata de una canción de moda en los Estados Unidos- dice, y sigue tarareando y bailando ante la mirada atónita de César y los demás compañeros.

domingo, 27 de septiembre de 2009

La Boutique

Georgina, ejecutiva en una empresa importante de la comunicación, viste impecablemente. Sus compañeras reconocen con mucho respeto su gusto para la selección de la ropa que cada día resalta su belleza.

- ¡Qué linda blusa traes hoy!- le dice una de las chicas subalternas que trabaja en servicio al cliente cuando pasa frente a su escritorio camino al comedor.

- Gracias- contesta Georgina, quien también está presta a tomar su hora de almuerzo.

Reunidas en el comedor, Georgina y unas cinco compañeras de trabajo, no falta su buen gusto por la ropa como tema de conversación en la mesa. Todas de la misma opinión.

- Esta blusa me la trajo mi prima Josefina desde Francia cuando retornó de sus vacaciones la semana pasada. Ella sabe muy bien cual es mi gusto. Además de primas hemos estado compartiendo desde adolescentes- comenta Georgina ante un elogio más de una de sus colegas.

Isabel, recién llegada a la empresa y con un sueldo inferior al de Georgina, comenta en su casa entre amigas de su sector como le gustaría vestir con la elegancia que lo hace una de las ejecutivas de la compañía. Resalta la diferencia de sueldos hasta que una de las chicas la interrumpe.

- No seas tonta Isabel, vete el domingo en la mañana a Los Molina, en San Cristóbal. Es como un mercado de ropa usada importada en donde venden a muy buen precio. Nadie se dará cuenta.

- ¿Si me decido a ir el domingo, me acompañarías?- le pregunta Isabel a su amiga.

- Seguro Isa, así me doy una vueltecita. Hace mucho que no salgo, el salón no me deja mucho tiempo libre, sí iremos- responde su amiga.


El domingo en la mañana, ya a las 8:30 estaban Isabel y su amiga en el autobús hacia San Cristóbal. Le preguntaron al cobrador en donde se encontraba Los Molina y éste, con una sonrisa picaresca, les indicó el lugar. Una vez allá se sienten como perdidas entre tanta gente discutiendo precio y levantando una tras otra ropa del suelo para examinarla y entrar en acuerdo con el vendedor. Luego de casi media hora descubriendo el lugar, escucha Isabel una voz que le resulta familiar.

- No, eso está muy caro- le dice una elegante mujer uno de tantos vendedores.

Al volver la cara divisa a su ejecutiva a unos cuantos metros, portando una pañoleta que no le deja ver casi el rostro, discutiendo con un vendedor el precio de un vestido, el mismo que usaría en la fiesta de empleados y que también habría venido de “La Boutique” traído por la prima Josefina.

viernes, 25 de septiembre de 2009

Cachú

- ¡Apúrense, apúrense!- dice Héctor a sus tres hijos.

Martha sale a las 6:30 de la mañana. Su trabajo, está a unos cuarenta minutos en transporte público desde la casa. Comienza a las 7:30. No tiene tiempo para preparar el desayuno, así que deja a cargo de Héctor esa responsabilidad. Afortunadamente se ha instalado a una cuantas cuadras del colegio a donde van los niños, un yaniquequero*.

- Papi, yo quiero uno de huevo- dice el menor.

- Y yo uno de jamón y queso.

- Yo también- dice Héctor el mayor.

Sin perder nada de tiempo, los yaniqueques están ya preparados y expuestos en una vitrina, cada niño es servido con diligencia. Ni siquiera se bajan del auto; su padre se los pasa a través de la ventana.

- ¡Échale más cachú al mío!- le dice el menor a su padre extendiendo la mano fuera de la ventana con el yaniqueque agarrado.

Héctor, no muy satisfecho con la demanda, procede a satisfacer a su hijo. El ambiente del auto se enrarece con el perfume emanado de las exquisiteces elegidas por los párvulos. El inconfundible olor a huevo se ha impregnado de tal manera que Héctor se ha visto forzado en más de una oportunidad a dar explicaciones cuando ha montado uno que otro colega del trabajo.

- Papi, Víctor se embarró- dice Jorge el segundo mientras hace muecas a su hermanito menor sin que su padre lo note.


- Te vas a quedar así, estoy cansado de decirte que tengas cuidado, siempre terminas ensuciándote- dice Héctor algo molesto.

Víctor, con los ojos llenos de lágrima y una mancha roja que va desde el segundo botón de la camisa hasta la correa, es asistido por su padre cuando baja del auto para depositarlos en la escuela. La cura es peor que la enfermedad. Cuando le pasa la servilleta, la mancha se hace mucho más grande, ahora parece un mapa de los que dibujan en la clase de geografía.

Las muecas de Jorge, acompañadas de la expresión “cachú, cachú, cachú”, siempre sin que Héctor se percate, aumentan aún más las lágrimas y sollozos de Víctor.

Ya en la escuela, los compañeritos de Víctor lo reciben, como si hubiera sido premeditado, todos a una, con un coro que cambiará en curso de su vida.

- ¡Cachú, cachú, cachú!- le gritan en medio de carcajadas.

Desde ese día en adelante Víctor no se llamará más Víctor sino Cachú.


*El famoso “yaniqueque”, cuyo vocablo es derivado del original “Yoniqueque” (Jhonny Cake), es una herencia africo-francés y era preparado para que los marinos se alimentaran mientras pasaban largos períodos en alta mar.

jueves, 24 de septiembre de 2009

Viralatus Caninus

La familia, compuesta de cinco miembros, se dirigía durante el fin de semana al campo a visitar a la abuelita, a unos cuarentitres kilómetros al oeste de la capital.

- ¡Papi, mira ese lindo perrito negro, yo quiero uno de esos, cómpramelo!- dice Rosina, la más pequeña.

- No tenemos lugar- responde secamente el padre.

Un vendedor ambulante, siempre atento a sus clientes en los semáforos de las avenidas principales de la capital, ve las lágrimas de la chiquilla y se acerca a intentar una venta. No sabe que la razón para los llantos es el perro que en las manos trae hasta que escucha a la niña decir: “cómpramelo papi”, acompañado de más lágrimas y algunos sollozos.

- No se pierda esta oportunidad, señor, este es un Coker Spaniel de pura raza y lo estoy casi regalando por tan sólo ochocientos cincuenta pesos- le dice al padre y mira a la niña haciendo un gesto para acentuar su interés.

- No lo queremos- contesta más secamente el padre.

Al escuchar esta respuesta emitió Rosina un grito que dejó casi sordo a todo el que venía en el vehículo. Entro en un estado de histeria que molestó aún más a su padre. El vendedor, pensando que ahí estaba su oportunidad, metió el perro por la ventana moviéndole la cola para aparentar cierta empatía entre éste y la familia. El perrito tenía un tratamiento en el pelo, corte incluido, que lo hacía parecer como el pura raza promocionado. La niña lo agarró por una pata, casi se la rompe, en el momento mismo del cambio de luz del semáforo. El vendedor, para no dañar su mercancía, se vio obligado a correr junto al auto hasta que el padre, molesto, decide estacionarse a la derecha entre gritos del perro, de Rosina y del vendedor que veía pasar a velocidad los demás autos.

- ¿Se lo lleva señor?- pregunta el vendedor.

- Si papi, si. ¡Cómpramelo!

Acordada la transacción, para salir del paso y dejar de escuchar los gritos de Rosina, queda satisfecho el vendedor y la familia vuelve a la normalidad. El perrito, ahora Toby, va como un nuevo miembro a visitar a la abuela.

Ocho meses después el Coker cambia de color, ahora es amarillo y las orejas están tan paradas como las de un caballo.

- María, por eso no quería comprar ningún perro, lo que nos vendieron fue un verdadero vira latas, míralo, ahora es de otro color, no juega con nadie y se la pasa todo el tiempo durmiendo debajo del auto.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

¿Y si llueve?

Moncho se dirigió temprano en la mañana, aún no habían dado las ocho, al taller de Pichilo, conocido experto en reparación y embellecimiento de motocicletas calibre 70. Honda y Kawasaki nunca imaginaron que las transformaciones aplicadas por ellos a una bicicleta para convertirla en un vehículo autónomo y funcional, serían cuestionadas en un futuro por los técnicos de una isla colocada en el mismo trayecto del sol.

-Moncho, primero le vamos a quitar los espejos retrovisores, eso no se ve bien y le resta velocidad- le dice muy seguro de sí el experto.

-Tú sabes que yo confío en ti Pichilo- responde con cara de satisfacción.

Primero eliminó los espejos y luego cortó más de 20 cm del guardalodos. La placa pasa a ser colocada a un costado y las luces de seguridad y dirección desaparecen totalmente. Para terminar su obra de arte le inclina el asiento, quedando la parte trasera ligeramente levantada.

Moncho contempla fascinado.

En la noche, algo impaciente llega Moncho diez minutos antes a su cita con Yolanda. Ella, sabiendo de su presencia, retarda aún más su salida para justificar aquello de que: “A los hombres hay que hacerlos esperar”.

-¡Que linda está tu blusa blanca!- le dice luego de un beso de recibimiento.

-Es la que me regalaste para mi cumpleaños. ¿No te acuerdas?

-Si mi amor. ¿Nos vamos?- pregunta deseoso de subir a su obra maestra.

-Está un poco nublado. ¿No crees que llueva?- observa Yolanda preocupada.

-No, no creo, además de aquí a que lleguemos no cae una sola gota- le dice.

No bien habían salido cuando un chubasco comenzó a caer sobre ellos. Es el momento en que los conocimientos de Honda y Kawasaki entran en contradicción con los valores estéticos de Pichilo. Las fuerzas centrífugas, concepto ignorado por éste y sus clientes, se manifiestan mediante el lanzamiento perpendicular hacia Yolanda, del agua enlodada atrapada por la goma trasera, dejando una raya marrón que va desde el ruedo hasta el cuello de la blusa.

-¡Caramba mi amor, vamos a tener que esperar a que escampe para volver a tu casa a que te cambies!

El Pollito

Decidido a llevar a su casa lo que fuera de ella forma parte de su entretenimiento más importante, los gallos, trajo una mañana nuestro vecino un pollito de “calidad”.
El pio-pio, música en sus primeros días para nuestros oídos, recordaban dulcemente nuestra infancia en el campo. Mi esposa y yo nos contábamos, al escuchar el hijo corretear en el patio su nuevo juguete, el pollito, cómo de la misma manera muchas veces nos divertimos de niños.

-A mi me regalaron una gallina cuando tenía 7 años- me decía mi mujer. –Puso 7 huevos y luego de cada uno, cacareaba tan lindo. Los 7 pollitos la seguían por todo el patio. En la escuela no paraba de pensar en mi gallinita y sus 7 pollitos- concluía ella.

El pollito creció y los encantos se fueron con él.

Nuestro trabajo nos obliga a levantarnos a las 6:00 AM. Preparamos a nuestros hijos para la escuela y luego organizamos para irnos a laborar. El pollito ya casi un gallo comienza a dar sus primeros cantos. Canta justo en frente a la ventana de nuestra habitación. Comienza a las 4:00 de la mañana. Hace un mes que lo hace. Ya no es igual. Los 7 pollitos de la gallina de mi niña-esposa no tienen el mismo encanto. La paz de nuestro sueño fue interrumpida.

-¿Mi amor, que carne tenemos para hoy?- le pregunté esta mañana despertado por el cántico a las 4:15 AM.

-Cariño, ahí tenemos churrasco, punta de filete, costillitas, un rabito. ¡Dime tú cual deseas!

-¿No te apetecería un gallito?- le pregunté.

-¡Ay mira sí, por favor!