viernes, 25 de septiembre de 2009

Cachú

- ¡Apúrense, apúrense!- dice Héctor a sus tres hijos.

Martha sale a las 6:30 de la mañana. Su trabajo, está a unos cuarenta minutos en transporte público desde la casa. Comienza a las 7:30. No tiene tiempo para preparar el desayuno, así que deja a cargo de Héctor esa responsabilidad. Afortunadamente se ha instalado a una cuantas cuadras del colegio a donde van los niños, un yaniquequero*.

- Papi, yo quiero uno de huevo- dice el menor.

- Y yo uno de jamón y queso.

- Yo también- dice Héctor el mayor.

Sin perder nada de tiempo, los yaniqueques están ya preparados y expuestos en una vitrina, cada niño es servido con diligencia. Ni siquiera se bajan del auto; su padre se los pasa a través de la ventana.

- ¡Échale más cachú al mío!- le dice el menor a su padre extendiendo la mano fuera de la ventana con el yaniqueque agarrado.

Héctor, no muy satisfecho con la demanda, procede a satisfacer a su hijo. El ambiente del auto se enrarece con el perfume emanado de las exquisiteces elegidas por los párvulos. El inconfundible olor a huevo se ha impregnado de tal manera que Héctor se ha visto forzado en más de una oportunidad a dar explicaciones cuando ha montado uno que otro colega del trabajo.

- Papi, Víctor se embarró- dice Jorge el segundo mientras hace muecas a su hermanito menor sin que su padre lo note.


- Te vas a quedar así, estoy cansado de decirte que tengas cuidado, siempre terminas ensuciándote- dice Héctor algo molesto.

Víctor, con los ojos llenos de lágrima y una mancha roja que va desde el segundo botón de la camisa hasta la correa, es asistido por su padre cuando baja del auto para depositarlos en la escuela. La cura es peor que la enfermedad. Cuando le pasa la servilleta, la mancha se hace mucho más grande, ahora parece un mapa de los que dibujan en la clase de geografía.

Las muecas de Jorge, acompañadas de la expresión “cachú, cachú, cachú”, siempre sin que Héctor se percate, aumentan aún más las lágrimas y sollozos de Víctor.

Ya en la escuela, los compañeritos de Víctor lo reciben, como si hubiera sido premeditado, todos a una, con un coro que cambiará en curso de su vida.

- ¡Cachú, cachú, cachú!- le gritan en medio de carcajadas.

Desde ese día en adelante Víctor no se llamará más Víctor sino Cachú.


*El famoso “yaniqueque”, cuyo vocablo es derivado del original “Yoniqueque” (Jhonny Cake), es una herencia africo-francés y era preparado para que los marinos se alimentaran mientras pasaban largos períodos en alta mar.

5 comentarios:

  1. Buen punto, siempre suelen ponerle un apodo a partir de ciertos acontencimientos de la vida.. Lo que no recuerdo es "el piro" de donde viene ??
    Saludos cuña !

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  2. Me encanta tu manera de escribir cuentos cortos, como retratas las costumbres nuestra, de solucionar algunos problemas; que luego se convierten en los chiste, cuentos e historias de las tertulias

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  3. A la verdad Bernardo que te la comiste con este Cachu! Excelente!

    Norma

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  4. Enhorabuena, Me gustan mucho tus historias.
    Saludos desde Basrcelon.España.Catalunya-
    Montse

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  5. Maestro Rijo, como siempre envolviendo al lector con sus escritos. Es tan hilarante que a veces me dan un no sé qué cuando terminan. Siga adelante y con ánimos, es genial!!!

    Jeimy

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