sábado, 15 de junio de 2013

La Creación



Cansado de meditar sobre la complejidad de su obra: los problemas que le traería su ángel preferido; los pesares que iba a significar sacar a sus hijos del jardín; el dolor de ver a su unigénito atravesado por los clavos del pecado, decidió posponer trabajo para más tarde.

Bernardo Rijo

viernes, 14 de junio de 2013

El Descubrimiento



No del todo convencido firmaba el Rey las Capitulaciones sin darse cuenta de que la Reina no lucía ni una sola de sus joyas.


Bernardo Rijo

Isaac



Descansaba bajo la sombra de un cocotero cuando recibió el golpe que nos impidió saber que había amor entre los objetos y que la luz blanca estaba llena de colores.


Bernardo Rijo

El Vocero

Aún faltaba uno de los estudiantes por entregar su trabajo.

Todas las especies se adaptaban lentamente a su nuevo hogar. Les crecieron los dientes, engrosaron sus pieles, se llenaron de pelos, perdieron partes, buscaron padres adoptivos, mataron para vivir…

La lucha por la luz hacía pretender el cielo a los arboles, se hacían esbeltos. Unos se mudaron para los desiertos, demostrando así los cuidados tomados por su creador. Llegaban hasta la latencia esperando una lluvia que no llegaba.

Se oye un grito. El último trabajo ya nació; descubrió el fuego; subordinó las plantas; forjó el metal; creo las riquezas; se adueño del mundo. Los trabajos de todos los estudiantes le temen a Adán.

Pasaron las eras.

Todos los estudiantes estaban ansiosos reunidos en el salón a la espera del gran jurado. Muchos de ellos se lamentaban porque sus creaciones habían desaparecido. Entran los jueces y todos se ponen de pie. Luego de que el jurado toma asiento, todos hacen lo mismo. El vocero del gran jurado va a tomar la palabra. Busca con su dedo índice, como si leyera una lista en orden alfabético, en un voluminoso libro. Se detiene; levanta la vista hacia el público. Todos esperan ansiosos lo que va a decir.

“¡Levante la mano el que entregó un trabajo hecho a su imagen y semejanza y que firma con el seudónimo de Jehová!”, dice el vocero.
Dios levanta la mano en el fondo del auditorio.

“Reprobado”, sentencia el vocero.

Bernardo Rijo

Toby


Todos dormían cuando el río arrasó el pueblo. La oscuridad de la noche impedía ver de dónde venía el agua que arrastraba cuerpos y casas. Gritos de auxilio sin eco en nadie que pudiera socorrer, se oyeron por horas.

El amor por Toby hizo que se organizara entre los sobrevivientes y algunos vecinos de poblados aledaños una búsqueda. Todos estaban de acuerdo en que había que encontrarlo. Estaban llenos de esperanza porque sabían, que aun siendo tan joven, el pequeño sabría salir, primero porque tenía un sueño ligero, y luego porque nadaba de tal forma que ya había sorprendido más de una vez a los lugareños.

“Tenemos que encontrarlo”, decía el jefe de policía. “Tal vez se ha ido muy lejos y no ha podido encontrar el camino”.

Troncos de árboles, camas, neveras, planchas de zinc, mezclados con el lodo, hacían del ambiente algo que obligaba a enjugar las lágrimas de todos en la expedición. Dos días pasaron y la búsqueda aún continuaba. El Padre Manuel pedía al altísimo que les permitiera encontrarlo con vida. Muchos cuerpos encontrados sobre la marcha iban desmoralizando cada vez más al grupo. Jonathan, un jovencito miembro del cuerpo de Bomberos, caminando con dificultad entre el lodo que le llegaba a las rodillas, ve algo oscuro que aceleró sus latidos. Estaba a menos de diez metros del cuerpo cuando el suelo se hizo más profundo. “Tengo que llegar a él”, pensaba. El lodo, que ahora le llega a la cintura dificulta su movilidad. Divisa la rama de un árbol caído y camina sobre su tronco para y así poder llegar.

La duda se apodera del joven bombero. Grita a los demás para advertir sobre su hallazgo y todos van a su encuentro. El tiempo que lleva a medio enterrar los confunde y deciden envolverlo en una manta para llevarlo al Padre Manuel. Todos están muy tristes.

El Padre está sentado en una roca cuando allá llegan todos. Jonathan descubre el cuerpecito ya hinchado y hace un gesto como si le pidiera que lo identificara.

“Si, ese es mi perrito”, dice el padre con los ojos anegados en lágrimas.

Bernardo Rijo

jueves, 22 de julio de 2010

El Pequeño Creador

Golpeaba con sus pequeñas manos el barro para sacarle agua y endurecerlo. En poco tiempo se dio cuenta que duro mantenía mas la textura cuando modela las piernas, los brazos o cualquier otra parte del cuerpo. “Voy a hacer un hermanito”, dijo en voz alta. Con casi seis años, sigue las instrucciones que escuchó en la misa a donde había ido con su madre el domingo anterior. El padre explicaba el fenómeno de la creación. “Y Dios tomo un poco de barro…”. Allá en el fondo del patio, con las manos enlodadas, Fernando preparaba con cuidado cada parte de su creación. Necesitaba compañía y su hermanito iba a dársela. “Papa se pondrá muy contento cuando venga de Nueva York y me encuentre jugando con Adán”, así pensaba llamarlo, siguiendo los consejos del padre Rodrigo.

No ha visto nunca a su padre. Por varios años ha tenido que esperar para poner en orden sus papeles. Llegó a NY con visa de paseo y se quedó hasta que pudo casarse con una nacional y comenzar los preparativos para su cambio de estatus. Rosina siempre ha hablado a Fernando de su padre. Así se enteró que estaba en NY y que pronto vendría. Pronto era un tiempo extrañó para Fernando porque no significaba lo mismo en la casa que en la escuela.

Después de 5 años de ausencia, Rodolfo había espaciado sus llamadas, sus cartas dejaron de llegar poco menos de seis meses luego de su partida. Pasaron meses en los que Rosina sabia de Rodolfo solo cuando veía su nombre en el espacio destinado a quien firma el money-order. José Ramón, un compañero de trabajo, escuchó más de una vez sus lamentos cuando la acompañó a retirar dinero.

“Te llamare cuando me lleguen los papeles”, fue la última frase que le escuchó decir a Rodolfo por teléfono hace seis meses.

- ¿Qué te pasa Rosina?- pregunto José Ramón por teléfono.

- Nada- respondió seguido de un largo silencio.

- ¡Rosina, Rosina!

El trabajo estaba terminado y Fernando se sintió muy contento. Una mariposa revoloteaba cerca del taller del pequeño creador, hasta que terminó por posarse en la cara de Adán. Sopló la mariposa para ahuyentarla y mientras lo hacía recordaba lo que decía el padre: “Y con un soplo…” Adán abrió los ojos y Fernando saltó de alegría, corrió a ver a su madre para darle la noticia. La encontró sentada en la cocina con los ojos llenos de lágrimas y un sobre en las manos. Eran los resultados del laboratorio para su prueba de embarazo.

- Mami, ven a ver, mi hermanito Adán abrió los ojos, tenemos que llamar a papá para decírselo.

miércoles, 26 de mayo de 2010

La Silla

No estoy seguro de si era sábado o cualquier otro día de la semana, de todas formas no cambiaría nada, aun no iba a la escuela. Lo más importante era jugar con mi silla de guano como cualquier niño de menos de cinco años. No sabía de que forma ponerla para simular un carro, un tractor, un camión, una carroza, o tal vez una bicicleta.

Me subí en mi camión para llegar a un destino que nada más existía en mi mente. Ahora no recuerdo cual era, por eso no lo menciono. Creo que nunca sabré. Tampoco importa mucho. La atencion al camino que recorría fue interrumpida por una niña de pelo negro que se interpuso y cruzó conmigo una mirada acompañada de una cautivadora sonrisa que me trajo de repente a mi silla. La seguí hasta que recorrió el espacio definido por la marquesina en donde jugaba. Desde ese instante ocupó mi mente el momento en que volvería a pasar. Ni camión, ni tractor, ni bicicleta. Sus bellos ojos negros era lo único que veía.

Mi corta edad no me permitía franquear la frontera definida por el portón y salir tras ella. Debía contentarme con esperar que volviera frente a mí, no había alternativa. Puse la silla de lado. “Así es una bicicleta”, pensé. “No, mejor la coloco con el espaldar contra el suelo, así es un camión”, continué. “Si la pongo boca abajo y la inclino hasta que la parte superior toque el suelo será una carroza”. Imaginé que una carroza llamaría más. Los caballos estaban inquietos pero yo podía controlarlos sin dificultad. Ella vería el pelaje de las crines de los corceles y vendría hacia mí, subiría y daríamos un paseo por los jardines.

Daba vueltas a la silla. No me decidía por la bicicleta, el camión, el tractor o la carroza. Elegía uno y el otro influía para que lo sustituyera. Cada uno era grandioso pero más lo eran la sonrisa y los bellos ojos negros.

Comencé a sentir un poco de angustia porque no la veía pasar y sobretodo porque no sabía cuando volvería a hacerlo. Me acerque al portón y mire en dirección a donde se dirigió mi princesa. La divisé a unos cincuenta metros y corrí hacia mi bicicleta, carro, tractor, carroza. Manipulaba a la silla como un mago sus cartas. Cuando comenzó a cruzar el portón me encontró otra vez montado el mismo camión. Me miró con sus bellos ojos negros y volvió a regalarme la misma sonrisa.

Al desaparecer de mi vista apagué el camión, salté y corrí hacia el portón. La seguí con la mirada hasta que dobló a la derecha en la siguiente esquina. Retorné a mi tractor. Había olvidado por completo que debía arar la tierra para la próxima siembra. Si mal no recuerdo papá me había dicho el día anterior, cuando me escuchó acelerando, que sería de maiz.