viernes, 14 de junio de 2013

Toby


Todos dormían cuando el río arrasó el pueblo. La oscuridad de la noche impedía ver de dónde venía el agua que arrastraba cuerpos y casas. Gritos de auxilio sin eco en nadie que pudiera socorrer, se oyeron por horas.

El amor por Toby hizo que se organizara entre los sobrevivientes y algunos vecinos de poblados aledaños una búsqueda. Todos estaban de acuerdo en que había que encontrarlo. Estaban llenos de esperanza porque sabían, que aun siendo tan joven, el pequeño sabría salir, primero porque tenía un sueño ligero, y luego porque nadaba de tal forma que ya había sorprendido más de una vez a los lugareños.

“Tenemos que encontrarlo”, decía el jefe de policía. “Tal vez se ha ido muy lejos y no ha podido encontrar el camino”.

Troncos de árboles, camas, neveras, planchas de zinc, mezclados con el lodo, hacían del ambiente algo que obligaba a enjugar las lágrimas de todos en la expedición. Dos días pasaron y la búsqueda aún continuaba. El Padre Manuel pedía al altísimo que les permitiera encontrarlo con vida. Muchos cuerpos encontrados sobre la marcha iban desmoralizando cada vez más al grupo. Jonathan, un jovencito miembro del cuerpo de Bomberos, caminando con dificultad entre el lodo que le llegaba a las rodillas, ve algo oscuro que aceleró sus latidos. Estaba a menos de diez metros del cuerpo cuando el suelo se hizo más profundo. “Tengo que llegar a él”, pensaba. El lodo, que ahora le llega a la cintura dificulta su movilidad. Divisa la rama de un árbol caído y camina sobre su tronco para y así poder llegar.

La duda se apodera del joven bombero. Grita a los demás para advertir sobre su hallazgo y todos van a su encuentro. El tiempo que lleva a medio enterrar los confunde y deciden envolverlo en una manta para llevarlo al Padre Manuel. Todos están muy tristes.

El Padre está sentado en una roca cuando allá llegan todos. Jonathan descubre el cuerpecito ya hinchado y hace un gesto como si le pidiera que lo identificara.

“Si, ese es mi perrito”, dice el padre con los ojos anegados en lágrimas.

Bernardo Rijo

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