jueves, 17 de diciembre de 2009

La Espera

Ahora puedo reírme de aquel momento difícil, tal vez uno de los más difíciles de mi existencia. Salí de mi casa en pantalones cortos, con los pies descalzos y con deseos de ver a papá. Luego del divorcio mamá entendía mis ausencias prolongadas después de llegar de la escuela. Sabía en donde me encontraba. No me decía nada cuando retornaba a la casa con los ojos un poco llorosos, por miedo a que me alocara como el hijo de la vecina.

Yo conocía el horario de trabajo de papá, era el mismo de cuando vivía con nosotros, aún así, un viernes por la noche decidí ir a visitarlo media hora antes de su llegada. Vivía en una pensión administrada por una señora que no permitía visitas a sus huéspedes cuando ellos no estaban, yo lo sabía, pero los deseos de ver a papá me movieron a tomar la decisión de ir más temprano.

- Tú sabes que no está aquí- me dijo doña Francia. – ¡Espéralo afuera!

No le contesté. A los nueve años tenía miedo de responder a las personas mayores cuando me daban órdenes, y mucho menos a doña Francia, una vieja tan refunfuñona.

Decidí sentarme en el borde de la acera, próximo a la intersección, del otro lado de la calle, a unos 25 metros de la pensión. Desde ahí podría ver cuando llegara papá. Compartiría unos veinte minutos con él y como siempre, retornaría a casa un poco triste, aunque satisfecho por haberlo visto.

Pasaron 30 minutos y aún papá no llegaba. Mientras seguía la espera pensaba en las veces que llevó a pescar en su motocicleta. Me veo mal dormir el viernes, esperando con ansias la llegada del fin de semana. Yo me encargaba de limpiar los peces una vez en casa, y mamá se encargaba de prepararlos para la cena. Fritos era como más me gustaban.

Estaba tan envuelto en mis pensamientos que ni siquiera notaba el tiempo pasar. De repente sentí un latigazo tan fuerte en mi espalda que todas las escamas de las tilapias de mis sueños desaparecieron. Dos copiosas lágrimas brotaron de mis ojos mientras veía alejarse a saltos a un niño que se reía de mí, con una rama en la mano sin una sola hoja y larga como un metro.

- ¡weje, weje, *pariguayo, cáeme atrás! Me dijo el niño sin disimular su sonrisa mordaz.




* Término que viene de la época de ocupación americana en Santo Domingo (1916-1924) cuando los no invitados a las fiestas organizada por los gringos eran “party watchers” (miraban las fiestas desde afuera). Con el tiempo se convirtió en pariguayo, algo así como tonto.

5 comentarios:

  1. Interesante escrito..., pero debio haberte dolido en aquella ocasión....

    Saludos,

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  2. Este relato marca una diferencia con los anteriores ya que está narrado en primera persona y revela aspectos íntimos del autor. Muy bueno.

    Luciano.-

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  3. Las lágrimas posteriores fueron copiosas. Sentí gran impotencia frente a una situación en la que no se puede hacer nada, y no hay nadie para ayudarte. Pero no puedo negar que fue una experiencia interesante. La prueba es que ahora se manifiesta como relato para el disfrute de otros.

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  4. oye esa narrativa es verídica, es triste

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  5. Carajo!! que espera que te salió costosa. Tremendo fuetazo te dió el carajito ese. Creo que si hoy te lo encuentras en la calle y lo identificas, estaria casi seguro que le darias un buen apretón de manos y le comentarias el suceso.
    Cada dia escribes mejor y cuando eso sucede; se disfruta tu lectura. Ten presente la lista de casos que te envié. Un abrazo

    FELIZ AÑO 2010 PARA TI Y TU FAMILIA

    El Minino

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