domingo, 6 de diciembre de 2009

El Despertador

Emilia vive sola en un apartamento situado a cuatro minutos a pie de una recién inaugurada sala de cine –trabajo, dieta y cine son sus únicas actividades- y a diez minutos en auto de su rutinario empleo.

Decidió la soledad porque ningún hombre de su entorno se ajusta a sus requerimientos. El único que cumple con sus expectativas es José Ricardo pero está ocupado. Se ha casado en tres oportunidades pero en ninguna de ellas el nombre de Emilia ha figurado en la tarjeta de invitación para familiares y amigos con miras a estar presentes en tan solemne ceremonia.

- Te extraño Emilia- le dice JR por teléfono. –Es una suerte poder contar contigo en momentos difíciles como los que atravieso en la actualidad.

- Yo también te extraño- responde Emilia sosteniendo el auricular del teléfono con el hombro mientras pela una zanahoria para preparar su almuerzo del día siguiente.

JR le había reprochado su descuido alimentario argumentando que en nada se parecía a la esbelta mujer que conoció hace 25 años, eso la llevó a someterse a una rigurosa dieta que afortunadamente comenzó a mostrar sus resultados. Perdió 30 libras en dos meses y medio de arduo trabajo. Ahora espera en su modesto apartamento a JR con ropa de dos y tres tallas menos; se pasea lentamente frente a él imitando una modelo y lo mira de reojo como en busca de aprobación.

No escuchó sonar el despertador y a las seis y media de la mañana se levantó sobresaltada. Se sintió angustiada pues abrió los ojos una hora después de lo habitual. Caminó sólo 20 minutos en su bicicleta estacionaria, luego preparó una carne a la plancha y aderezó los vegetales que había hervido la noche anterior.

“Qué rico me quedó este filete”, pensaba mientras masticaba un pedacito.

Entró al baño, salió y se dispuso a preparar la ropa de ese día, pero como siempre pasó un largo rato antes de determinar cuál combinación se pondría; bajó al estacionamiento común del edificio de apartamentos, encendió su vehículo y se marchó a su trabajo.

“Son las 7:55, creí que llegaría más tarde”, piensa Emilia al estacionar su vehículo en el espacio asignado a los empleados de la compañía.

Emilia nota que el estacionamiento está relativamente vacío, pero se apresura a desmontarse y dirigirse a su oficina; saca su tarjeta magnética de identificación y se dispone a abrir la puerta principal cuando la intercepta la seguridad y le dice:

- ¡Señora, debe llenar este formulario y firmarlo!
“¡Caramba, hoy es sábado, me equivoqué otra vez”, piensa Emilia.

Ante la petición del agente de seguridad se queda paralizada con la mirada perdida por unos minutos, luego, como si volviera de muy lejos, devuelve el formulario sin llenar y camina al estacionamiento sin levantar la mirada del suelo hasta llegar a su vehículo, lo enciende y se dirige a su apartamento ansiosa por terminar los 40 minutos de bicicleta que le faltaron.

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