lunes, 24 de mayo de 2010

El Cristal

“Cuatro, tres, dos, uno…”, contaba con la vista fija en el color verde, ansioso de que cambiara para ver si me iba mejor en esta rotación. “Aplicaré una estrategia diferente, lo miraré a la cara mientras le doy tres golpes en el cristal”. El chofer no se alteró, sin mirarme siquiera hizo un gesto de negación. “A este le haré señas para que baje el cristal y las acompañaré con un movimiento de cabeza y una sonrisa, como si ya en otra ocasión me hubiera correspondido”. Un intercambio corto de miradas y un giro para seguir atendiendo al comportamiento de los demás vehículos, fue la respuesta. “Extenderé la mano sin golpear el vehículo”. Simuló buscar algo perdido en la gaveta del panel; acompañó de una mueca su búsqueda como señal de resultado infructuoso. “A este no lo miraré ni tocaré a su ventana, parece mas desinteresado que todos los demás esta mañana”. El conductor me miró mientras pasaba, sin atender a ningún detalle en particular. Volteó la cara para atender una mosca que volaba en el interior en el mismo instante en que giré para evaluar mi recién aplicada técnica. “Presentaré mis dos manos abiertas ante esta señora. Tal vez la biblia abierta a la derecha del tablero me ayudará”. Al bajar el cristal sentí grandes esperanzas. Hizo cambiar mi expresión desesperada. “Creo que lo logré”, pensé. Tomó de un paquetito de papeles colocados sobre el asiento de la derecha un tratado bíblico y me lo pasó, subió luego el cristal y escuché antes de que terminara de cerrarse algo que casi me derrumba. “¡Busca de Dios hijo mío!”, me dijo.

Sus palabras me trasladaron a los momentos en que perdí mi último empleo. Trabajaba como conserje en una iglesia y fui despedido luego de una crisis que puso a muchos de los feligreses en la calle. Las recaudaciones disminuyeron y ya no había con que seguir pagando mis servicios.

Con el tratado en la mano me acerco al siguiente auto y sin ninguna expresión que pudiera transmitir enojo ni alegría, miro al conductor. Lo veo hacer un movimiento de pies como si pisara la palanca de embrague. Miro hacia atrás para confirmar mis sospechas. “Cuatro, tres, dos, uno…”. Baja el cristal justo al llegar a la última cifra y acelera; volteo la cara llamado por el sonido del motor y atino a ver que me pasa algo. El vehículo en marcha me hace extender la mano y casi correr para poder asir la limosna. Los autos apuraron la marcha para no quedarse ante el inminente cambio de luz. Di un paso hacia atrás para protegerme y apreté con ansias lo recibido.

“Mierda, un billete descontinuado de cinco pesos”, dije cuando pude abrir la mano.

No hay comentarios:

Publicar un comentario